Hoy que se cumplen 91 años del nacimiento de Gabriel García Márquez
quiero compartir este texto que condensa dos de mis grandes pasiones: Los
Beatles y el Gabo.
García Márquez escribió esto en diciembre de 1980 en Notas
de Prensa 1980-1984, que lo disfruten…
Así es: la única
nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles.
Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como
ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidare aquel día memorable de 1963, en
México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los
Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por
ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos donde sentarnos,
había solo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco
de los Beatles.
Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de
muchedumbres; "Help, I need somebody”. Alguien volvió a plantear por esa
época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del
catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma
tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo
gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos
sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la
batalla a favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la
superstición de que es oiseau de malheur, es decir, pájaro de mal agüero. En
cambio, me empeñe, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilio García
Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un crítico e historiador de cine
con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me
dijo por esos días: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que
me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”. Es el único caso que
conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba
viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de
Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a máquina con un solo dedo de una
sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y
aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo
volumen.
Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre
donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy
bien quien soy, ni que carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo
fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo
cambio entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las
mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de
amar, y se inició la liberación del sexo y otras drogas para soñar.
Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la
rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una
relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo dialogo
entre ellos que había parecido imposible durante siglos.
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